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El País Enlatado


Conversaba hace unas semanas con un grupo de líderes comunitarios, en lo que yo concibo como una “terapia colectiva de alto perfil”, acerca de la necesidad de asumirnos como agentes de cambio desde nuestros respectivos espacios. Siempre en algún momento terminamos hablando de las frustraciones que todos compartimos con el País. Coincidimos en que nos la pasamos en una eterna reflexión en torno a los retos fundamentales de Puerto Rico sin alcanzar a llegar muy lejos. Foro tras foro, reforma tras reforma, hablamos y hablamos pero no avanzamos. Nos hemos convertido en algo así como la generación “Kool-Aid”. Queremos las cosas “aquí y ahora” subestimando la importancia de ese período de construcción y crecimiento de toda idea reformadora.

Y es que si nos detenemos a pensar en cómo fue nuestro crecimiento como país nos damos cuenta de que fue “algo” accidentado. Por no decir “defectuoso”. Toda nación tiene un período de crecimiento, maduración, formación hacia la adultez muy similar a la de un individuo. Nacimos, crecimos, pero el período de la adolescencia parece que, en medio de una “interrupción”, nos lo saltamos. He ahí que a veces nos comportamos como un “país adolescente”, inmaduro. Nos faltaron los dolores de crecimiento. El dolor físico y emocional que nos hace madurar, crecer y definirnos. Cuando veo todo el dolor que han enfrentado países vecinos, y muchas grandes naciones, cómo han sido dramáticamente transformados sus valores, su rumbo, su personalidad como pueblo, pienso primero en agradecer que nunca tuvimos que vivir experiencias de guerras civiles, golpes de estado, dictaduras, genocidios... Pero por otro lado me doy cuenta de que estos devastadores episodios en la historia de muchos países fungieron como dolores de crecimiento que les permitieron definir unos valores en un marco de derecho propio, en una personalidad de pueblo definida, en una convivencia mas solidaria. En los peores momentos se concibieron como un colectivo y aprendieron a valorar el discurso para superar la adversidad, a hablar y escucharse entre ellos y el entorno en que viven como ciudadanos y cómo nación.

Puerto Rico se saltó la adolescencia. Parece haberle llegado en un enlatado el esquema mental de lo que debe ser un país. ¿Acaso tuvimos que vivir guerras civiles para asumirnos como país democrático y gozar de ciertas libertades civiles? No. La democracia nos llegó enlatada, como también nos llega una cultura ajena enlatada, ¿seguridad alimentaria? enlatada, identidad enlatada... Si nos hace falta una reforma es cuestión de traerla enlatada de alguna parte del mundo cibernético. Solo hay que agitar, calentar y servir al estilo TV dinner. En una generación de 140 caracteres no es de extrañar que exijamos resultados inmediatos y reformas fast track en asuntos que les ha tomado décadas de estudio, reflexión y ajuste a muchos países. No valoramos el diálogo que nos permite crecer como individuos. Pero tampoco valoramos el diálogo que nos permite crecer y definirnos como país con relación a nuestros vecinos latinoamericanos.

No deja de sorprenderme entonces la necesidad de reconocimiento que tenemos como puertorriqueños. Una mezcla de entre no entender quienes somos y necesitar que el mundo sepa que “somos”. Ya sea en el deporte internacional o cuando tenemos a un boricua destacado en la música, las ciencias, en el “certamen de belleza”... viene el “¡yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas!”. ¿Pero cómo pretender ser reconocidos cuando ni siquiera nos molestamos por saber como sienten, piensan y padecen nuestros hermanos latinoamericanos? Tan cerca y tan lejos. Es tanto lo que tenemos que madurar. Quizás, lo que le hace falta urgentemente al País es precisamente terapia colectiva.-


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